ISLANDIA. HIELO Y FUEGO
ISLANDIA. HIELO Y FUEGO no es solo un libro de fotografía, es un "libro de autor" en el que encontrarás 42 fotografías originales de los impresionantes paisajes de Islandia capturados por Clara Bravo, Kika Dávila, Luis Eguiagaray, Cristina Hierro, José María Díaz-Maroto, Graciela Crespo y Jose María Mellado.
Una edición especial, coordinada por José María Díaz-Maroto y editada en Calma y Sosiego Ediciones, que se presenta en una caja, y que incluye, además del libro, un pedacito de la isla en forma de tres piedras, y una copia de una fotografía de cada uno de los autores firmada.
Introduce el libro un texto realizado por Francisco Carpio que nos acerca un poquito más a la mirada particular de cada uno de los autores.
La cuidada encuadernación ha corrido a cargo del Taller de encuadernación La Eriza.
Una pieza delicada y especial que recoge siete miradas diferentes de Islandia que nos transportan a la inhóspita y salvaje grandeza geográfica del país.
CANCIÓN VISUAL DE HIELO Y FUEGO
No he tenido la fortuna, a diferencia de los artistas presentes en este proyecto, de visitar una isla, que intuyo, desde la imaginación, tiene que ser un espacio vital y geográfico de enorme intensidad, belleza y potencia. Un locus tan singular y plural que, junto a esas imágenes señaladas de Eliasson, me trae también ecos fantásticos de esos Vikings que como intrépidos viajeros visitaron y colonizaron tierras tan indómitas y primigenias como aquellas. ¿Y por qué no dejar que la fantasía siga volando con sus alas de ensueño y rememorar igualmente esa “Canción de hielo y fuego” (A Song of Ice and Fire) que tan magistralmente nos narró George R. Martin en su famosa saga?
Todas estas reflexiones acuden a mi pensamiento, como luminosas aves de buen agüero, al contemplar las espléndidas imágenes que conforman Hielo y Fuego. Islandia, este no menos espléndido proyecto. Una atractiva propuesta en la que siete fotógrafos, cuatro mujeres y tres hombres, nos dan cumplida cuenta de las diferentes miradas que cada uno arroja sobre el impresionante y atrayente paisaje islandés. Representaciones, todas ellas personales, que ofician una suerte de diario de viaje visual y emocional, y que abarcan muy variados registros de ese ese alfa y omega de la cartografía islandesa que simbolizan el hielo y, su otra palabra, el fuego, emblemas aparentemente antitéticos pero que aquí funcionan como elementos complementarios.
CAPTAR LO SUBLIME
Pese a la lógica diversidad de temas, puntos de vista e intereses que impera a lo largo de estas fotografías creo que sí pueden observarse no obstante algunas señas de identidad comunes, o al menos cercanas. Pienso en primer lugar en la voluntad global por captar, a través de sus visores y de sus corazones, esa patente y a la vez evanescente grandeza de una geografía como la de Islandia. Una geografía, física y humana, que inevitablemente nos conduce a ese concepto de lo sublime en la naturaleza del que ya hiciera mención Edmund Burke en 1757, y que ha llevado a tantos artistas a emprender su búsqueda. Lo sublime como ese sutil efecto psicológico de atracción-vértigo que la fuerza de la naturaleza opera en el ser humano, impresionando la imaginación, despertando sentimientos encontrados de miedo, vacío, pulsión, magnetismo e infinitud.
Asimismo, podemos advertir una intención común por representar el vasto poder de lo natural, no solo en su inmensa soledad sino igualmente a través de esa huella arquitectónica, habitable, ingenieril e industrial que la presencia humana ha dejado patente. Una cabaña, un coche, unas casas, una carretera, unas estructuras fabriles, una humilde y perdida señal de tráfico…, pistas e indicios para detectar la modesta pero evidente marca del hombre sobre un escenario de sobrecogedora naturaleza.
Resulta curioso en este sentido comprobar igualmente cómo, salvo en un único ejemplo entre tantas fotografías, la visible geografía corporal del ser humano no aparece reflejada directamente en ninguna de las imágenes que componen el proyecto.
Otros factores formales, entre ellos, estrategias de composición, registros cromáticos, juegos de luces y sombras, centros de interés visual o un cierto sentido narrativo también pueden ser tenidos en cuenta prácticamente en todas las obras que dan lugar a esta excelente publicación, siempre desde sus diferentes perspectivas personales y estéticas.
SIETE MIRADAS. SIETE ISLAS.
Clara Bravo (Medellín, Colombia, 1950) apuesta en esencia por la representación de una naturaleza virgen, mostrando la belleza de sus atributos desnudos, un seco mar de negra lava, el verdor de las montañas, los reflejos en el espejo de las aguas, una gaseosa corona de nubes. La mirada de Graciela Crespo (Buenos Aires, Argentina, 1955) se interesa más por esas huellas que el hombre ha ido dejando en el paisaje, fundamentalmente estructuras habitables, una pequeña iglesia, casas de verdes tejados, que a su vez conviven con la propia “arquitectura” de la naturaleza. Kika Dávila (Lima, Perú, 1960) reflexiona sobre la milenaria dialéctica entre el artificio (impronta humana) y lo natural, a través de diversas construcciones, una cúpula geodésica, una carretera ligeramente serpenteada, en sintonía también con ese otro atemporal diálogo del agua y la montaña. Como ya es habitual José María Díaz-Maroto (Madrid, España, 1957) opta por reflejar la vida que fluye y late. Una vida contenida en un humilde insecto o en la compleja maquinaria de un ser humano, recortado como un teatro de sombras, o en el anónimo conductor de un coche, onírica e irónicamente transgresor. Las imágenes de Luis Eguiagaray (León, España, 1959) sobre todo parecen haber sellado un cromático pacto de no agresión entre colores. Así, los matices del gris cubren con su casi infinita diversidad arterias ramificadas, horizontes, nubosas corolas, estallidos de húmedas ondas. De nuevo el ancestral diálogo entre el ser humano y su hábitat toma cuerpo en las fotografías de Cristina Hierro (Huelva, España, 1966). Estructuras tubulares, como esqueletos artificiales, la monocroma rotundidad del hormigón, intercambian voces con los dioses del agua y de las montañas. En sus fotografías José María Mellado (Almería, España, 1966) nos propone un cromático y vibrante juego de complementarios, el rojo de una cabaña arrojado como un chispeante acento en la verde palabra del monte. O también el lenguaje sígnico de las rocas sobre las eternas páginas del agua y la arena.
Francisco Carpio
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